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A 50 años del concilio Vaticano II. La Iglesia hoy

CHARLA - FORO en PARROQUIA SAN PEDRO Y SAN PABLO -

COMUNA LA GRANJA (03.DIC.2010)

A 50 años del concilio Vaticano II. La Iglesia hoy

 

Por JOSE COMBLIN

 

 

José Comblin: Buenas tardes a todas y todos. Agradezco la invitación a esta reunión. Una invitación para hacer algunos comentarios en este lugar tan famoso en el mundo. Es todo un privilegio, el lugar donde estuvo el padre Esteban Gumucio, por tantos años y con la santidad que manifestó aquí. Entonces eso es muy grato, por eso es el privilegio.

 

Y ahora el Concilio Vaticano II, que en poco menos de dos años va a celebrar los 50 años. Bueno, y digo vamos a celebrar... va a depender de ustedes. Porque no sé si la jerarquía chilena estará muy empeñada en celebrar el Concilio Vaticano II. Dudo mucho que en Roma tengan mucho entusiasmo para celebrar el Vaticano II.

Entonces el Vaticano II… Tenemos que ver que eso es nuestro. Es una herencia que hemos recibido y que debemos defender. Hace algunas horas leí un discurso del Cardenal prefecto de la congregación de los religiosos. Dijo a los superiores de los religiosos... “La causa de todos los problemas de la Iglesia es el Concilio Vaticano II, el padre Pedro Arrupe y los religiosos...” Ahí está la causa. Eso dijo el Cardenal que está al frente de la congregación de los religiosos. No es el único. O sea, hay un movimiento de hostilidad, de los que nunca aceptaron una promoción de los laicos. Nunca aceptaron que la Iglesia estuviera al servicio de la humanidad, como dice la Gaudium et Spes. Eso no es así unánime.

 

Y entonces vamos a empezar celebrando aquí. No he oído hablar de que en Roma estén pensando en alguna celebración. Hasta ahora hace poco tiempo. Y en Chile tampoco he oído hablar que estén preparando grandes celebraciones. Un silencio que es muy elocuente. Y entonces, hay tanto silencio. Nosotros tenemos que hacer mucho ruido, muchos gritos y exigir que en todas las diócesis se hagan celebraciones muy elocuentes, muy vivas. Y que en todo el país igual. Porque arriba dudo que haya mucho entusiasmo.

 

Es una historia el Concilio Vaticano II… Entonces fue una sorpresa del Papa Juan XXIII. El Papa Juan XXIII fue una excepción en la historia de la Iglesia. Hijo de campesinos muy pobres que siempre se identificó como un campesino pobre. Y cuando fue elegido como Papa, ahí tuvo una reunión con toda su familia, todos campesinos pobres y les dijo... “Nosotros somos campesinos pobres y no voy a darles ninguna plata, ninguna distinción, ninguna promoción de nada. Nosotros debemos permanecer lo que somos…”. O sea, era considerado el peor de los nuncios de la Santa Sede, de los embajadores del Papa, de los nuncios apostólicos. Era nuncio en Turquía. En donde no hay católicos. O sea, casi todo el mundo musulmán. Pero se iba por todas las calles. Iba al servicio de los pobres, que no eran católicos, con fe visitando los hospitales y así, como un hermano en medio de los hermanos. Eso no era considerado como un buen nuncio. No es así como se hace habitualmente.

 

Bueno, y entonces no se sabe cómo con sorpresa fue elegido. La sorpresa, un año después, anuncia que va a convocar un Concilio. No para enseñar dijo... “Para abrir las ventanas. Para ver lo que pasa en el mundo, y para mostrar, porque estamos muy encerrados en los muros de la parroquia. ¿Y qué pasa? ¿Qué estamos haciendo en el mundo para encaminar eso?” Y les dijo... “En este Concilio no vamos a condenar a nadie. Ninguna herejía”. Es el único Concilio en la historia de la Iglesia que no condenó herejías. Una novedad total. No estamos para condenar. Ahora es la época de la misericordia y de la comprensión. No es el momento de condenaciones. Entonces, ahí apareció como una sorpresa. Nadie esperaba. ¿Cómo le vino esa inspiración?

 

Bueno, un día tuvo esa idea. Así..., pero él estaba muy consciente de que no sabía todo. De que no era capaz de saber todo lo que hay que hacer. Y entonces que había que reunir los pensamientos, las ideas, las sugerencias que había en toda la Iglesia. De una forma que fuera práctica, entonces, para justamente expresar lo que hay que decir en ese momento. Un día le preguntaban, felicitándolo por sus encíclicas. Y ahí él decía... “Pero ustedes no vayan a creer que esto lo hice yo. No... Yo no soy capaz de escribir tanta cosa”. O sea, él sabía. Pedía ayuda y contaba con la ayuda de otros.

 

Bueno, no siempre sucede así. Y entonces... sorpresa. Sorpresa que encontró inmediatamente la oposición de todos los que eran Cardenales, Obispos. Todos los que trabajaban en Roma. En la administración Romana. Nadie aceptó eso. Pero, bueno, tuvieron que resignarse, porque al fin el Papa lo quería. Y ellos eran los servidores del Papa. Los que trabajaban al servicio. Entonces no podían negarse. Pero hicieron todo lo posible para que no sucediera. Mostrando todas las dificultades, las complicaciones, que casi hacían imposible juntar tanta gente. Y cuando se confirmó, bueno, vamos a preparar el Concilio preparando las decisiones. Los textos que van a ser examinados, estudiados. Y ahí entonces, formaron una serie de comisiones que hicieron textos totalmente inofensivos, que solamente repetían lo que estaba en todos los libros que se enseñaba en los seminarios. O sea, para que no hubiera ninguna novedad.

 

Así, me acuerdo, en aquel tiempo, que mucha gente, lo que más deseaba era una transformación. No esperaban nada de este Concilio. Porque dijeron... ¡No! Los romanos no van a permitir nada. Van a querer controlar todo. Van a querer impedir que se diga alguna novedad.

 

Bueno, en fin, vino la fecha, 11 de Octubre de 1962. Y se abrió el Concilio. Y el Papa dijo lo que esperaba. Que no hubiera condenaciones. Enunciaba el cristianismo en una forma comprensible para la gente de hoy. Entonces, no en fórmulas de la edad media sino en un lenguaje que todo el mundo pudiera entender. Eso. Y esperaba que se reconociera que la Iglesia era de los pobres. Esa era su intuición.

 

Bien. Primer día, ahí los misioneros romanos de la curia vienen a explicar que una asamblea así, eran más de 2000 Obispos de todos los países, es muy difícil que organicen la manera de funcionar una asamblea así. Pero que ellos ya habían preparado las comisiones. Repartida la gente en comisiones que iban a preparar los trabajos. Entonces era muy fácil. Era todo aceptar. Eso. Algunas horas antes lo descubrió don Manuel Larrain. Él era muy así... presente en todo, muy atento en todo lo que se decía, pensaba. Ahí fue inmediatamente a avisar a algunos de los Cardenales más abiertos. Entonces dijo... “Cuidado. Porque han preparado una lista de todos los miembros de las comisiones. Todos gente de ellos. Y entonces… cuidado. No, no acepten.”

 

Bueno, continuó eso con Helder Cámara. Los dos eran muy amigos y muy asociados en las cosas del CELAM. Entonces, ahí se abrió la sesión y se hizo la propuesta. Las comisiones están ahí. Si la asamblea lo aprueba, entonces serán escogidos para orientarlos un poco. Ahí se levantó un Cardenal francés, el Cardenal Gerard (Phillip) Y dijo... “Yo no estoy de acuerdo. Nosotros somos adultos. Somos capaces de escoger. Nosotros mismos somos los que van a hacer las comisiones y los que van a trabajar.”

Bueno, después el Cardenal Höffner de Alemania dijo... “Yo estoy de acuerdo con eso. Yo acepto que las comisiones sean así.” Y otro después también. Y otro después también. Entonces al final fue decidido por unanimidad. “Nosotros vamos a hacer las comisiones”. Y ahí, de nuevo se metió Manuel Larraín con Helder Cámara. Rápidamente aterrizan. Ellos se conocían hace mucho tiempo. Conocían mucha gente de África y de Europa. Ahí los consejos de otros que en algunas horas ya tenían 12 listas presentes de gente. Toda gente más de confianza.

 

Bueno, y entonces fue aprobado. Gracias a eso el Concilio pudo continuar porque los romanos pensaban que el Concilio iba a durar 3 semanas, 1 mes. Estaba todo preparado. Era nada más votar por lo que estaba preparado. Pero no. Y allí hicieron un trabajo que duró 4 años.

 

Bueno, pero la oposición permaneció constantemente. A cada propuesta de renovación, ahí venían a oponer motivo. No, no. Que eso no se puede cambiar, tiene que ser así, tiene que ser así.

 

Bueno. Discusión permanente. O sea, el Concilio Vaticano II fue un lugar de un conflicto permanente, constante. Y que había una gran mayoría que seguía a los que eran líderes de una renovación. Pero una minoría muy agresiva. Muy fuerte. No quisieron imponer a todos un texto obligatorio para todos. Ahí siempre después de decir lo que es la Iglesia para ellos, ahí venía una frasecita, un párrafo para decir lo que decían los otros. De ahí que los textos que salieron permiten varias interpretaciones. Uno puede escoger lo que justamente corresponde a sus aspiraciones y pensamientos. Pero otros citan los otros textos.

 

Si uno examina como el Papa Juan Pablo II cita textos del Concilio Vaticano II, siempre cita los textos de la minoría que están en contra del Concilio. “Cómo dice el Concilio” Sí, claro. Como dicen, pero eso no es el mensaje verdadero. El mensaje verdadero no lo aceptaba. Pero él no podía impedir. Eso está en el texto. Ha sido aprobado por el Papa Pablo VI. Eso ya es algo que existe. Pero son una oposición que no aceptó en su corazón.

 

Bien. A la salida hubo mucho entusiasmo porque la gran mayoría aprobó. Pero un texto que era un poco peligroso porque había una cierta contradicción. Por ejemplo, hay un capítulo que explica “El pueblo de Dios”. Y entonces explica bien toda la actividad del pueblo de Dios. Después el capítulo siguiente habla de los obispos. Y ahí no se habla más del pueblo de Dios. O sea, desapareció. Y que explica a los obispos como antes. O sea, a pesar de reconocer el pueblo de Dios, el Obispo no cambia. ¿Cómo es eso? Entonces, esas son las contradicciones internas que han permanecido. Primer problema.

 

Después, los más viejos aquí presentes se acuerdan de lo que sucedió dos y tres años después del Concilio. 1967 – 1968. Manifestaciones de los estudiantes universitarios en todos los países de Europa. Empezó en Estados Unidos y en Paris, en Mayo de 1968. “La revolución de los estudiantes”. Y esa revolución no quería tomar el poder. No quería el gobierno. Quería cambiar toda la sociedad. O sea, fue como un acto de revolución cultural. De procurar desprestigiar todas las instituciones. Todas las autoridades. Proclamando... “Ahora nadie manda. Ahora es la Libertad”. O sea, en París fue un mes en que los estudiantes ocuparon la ciudad gritando, reclamando... O sea, contra todo sistema de institución que tiene una autoridad fuerte. Entonces, contra el gobierno. Contra el ejército. Contra la universidad. Contra las escuelas. Y contra todas las instituciones en la que existe una autoridad fuerte y una imposición fuerte.

 

Bien. Después de un mes, naturalmente, el ejército dispersó todos los manifestantes. Y aparentemente el problema estaba solucionado. Pero sólo aparentemente. A partir de ese momento cambió la mentalidad en todo el mundo occidental. Nació lo que se notaba. O sea, el triunfo del dinero. El triunfo del individualismo. La crítica generalizada y las instituciones que pierden prestigio. Antes una escuela, una universidad, un profesor era respetado. Escuchado con mucho respeto. Hoy día los alumnos ya no respetan. O sea, lo tratan como compañero. Entonces eso empezó y fue creciendo desde entonces. O sea, la crítica a todas las instituciones. En la medida que eran más autoritarios.

 

Bien. Esa revolución cultural, (fue) la más importante de la historia del occidente después del Imperio Romano. Entonces no hubo revolución cultural semejante contra todas las autoridades. Claro que, eso también alcanzó a la Iglesia Católica. Porque claro, si hay una institución que es autoritaria, claro que es la Iglesia Católica, naturalmente. Difícil encontrar algo más autoritario que eso. En que los laicos no pueden decidir de nada. No pueden escoger el párroco. No pueden elegir al Obispo. No pueden participar de la elección del Papa. Nada. O sea, siempre aceptar. Siempre someterse. Es una organización tremendamente autoritaria. Y lo aceptan, lo aceptaban porque pensaban que… “Bueno, eso era Dios que lo quería así”. Era Dios que quería esa cosa en esa forma. Entonces había que obedecer. Como decía el Papa Pío X... “El papel de los laicos en la Iglesia es obedecer. Nada más. Obedecer”.

 

Bueno, claro que esto suscitó una revolución dentro de la Iglesia. Una discusión de todas las formas de autoritarismo. Muchos sacerdotes dejaron la institución. O sea, más o menos 80 mil sacerdotes se secularizaron. En esos años, entre el 1968 y 1972. En esos años de la gran revolución cultural del occidente. O sea, hubo un impacto muy fuerte dentro de la Iglesia.

 

En el año 1967 el Papa Pablo VI publica una encíclica terrible. Terrible para todas las mujeres. Prohíbe los medios artificiales de contracepción. Entonces, yo me acuerdo que un día encontrando una hermana que estaba muy preocupada. “Bueno,Padre, sucede lo siguiente... Acabo de encontrar una señora que me dijo así... “Madre... ¡Cómo Dios es bueno! ¡Tanta bondad! Fíjese lo que sucede... Hasta ahora, yo tenía que tener un hijo cada año. Cada año. Ya tengo 8. Cada año. Y ahora, no. Ahora se puede evitar el nacimiento de otro hijo. ¡Cómo Dios es bueno! Él nos da ese beneficio. ¡Como le agradezco a Dios!”. Ahí la hermana me decía... “Y ahí yo no sabía que decir. No podía desilusionar a esa pobre mujer”. Pero eso es del Papa Pablo VI que tomó esa decisión solo. Contra el pensamiento de sus consejeros. Contra el pensamiento de muchos Cardenales. De muchos Obispos. De muchos científicos, casi todos. Pero por miedo a algunos viejos no se atrevió a decir que no había problema. Que no hay en la Biblia nada que se oponga a eso. A la contracepción artificial. Y entonces, lo normal es hacer como esta mujer, que tenia ya 8 hijos, y que ya tenía miedo de tener que tener 16. Es bastante. No, basta con 8. Con 8 ya bastaba. La pobre señora con 8 ya era bien suficiente. Pero entonces, esto provocó una rebelión de las mujeres. O sea, millones y millones de mujeres católicas dejaron de participar. Rompieron. O sea, si es así, no podemos continuar más. Entonces eso fue una ruptura muy grande. Muchas mujeres dejaron de enseñar la religión a sus hijos. Es que no querían más aceptar. Eso fue también un terremoto en toda la Iglesia. Muchos, me acuerdo ahí, del Cardenal Suenens, estaban desolados. O sea, destrozados. ¿Cómo es que ahora viene a decir una cosa semejante contra las recomendaciones de casi todo el mundo? ¿Cómo?

 

Bien. Eso entonces provocó perturbaciones en la Iglesia. Esos diversos fenómenos. Y entonces, los ancianos, los viejos, los defensores del pasado, ahí dijeron...“Vean lo que produce el Concilio. Estos son los efectos del Concilio. Ahí eso es una desorganización total. El Concilio está trayendo la anarquía. Nadie más quiere obedecer. Nadie más quiere someterse”. Una campaña muy fuerte... una campaña muy fuerte. Claro que había mucha gente que era feliz con el Concilio. Pero eso era de la gente sencilla. De la gente pobre. De los que trabajaron en las poblaciones. De los que trabajaron justamente en medio de la gente que sentía con esperanza. Con lo que se había proclamado en el Concilio Vaticano II. De ahí todos los movimientos que hubo de comunidades de base, y así. Todo lo que han vivido y conocido aquí es fruto del Concilio Vaticano II.

 

Pero había una oposición. Y estaba ahí en las alturas. Pero que se organizó en 1983. O sea, al comienzo del pontificado de Juan Pablo II, ahí el Papa publicó un nuevo Código. Las leyes de la Iglesia Católica. Y se vio que del Concilio no quedaba nada. Y era como antes. Los laicos no recibían más derechos, como antes. No pueden escoger a su párroco. No pueden escoger al Obispo. No pueden votar por las decisiones que se toman en la diócesis. No. O sea, queda igual. El nuevo código de leyes canónicas ahí fue, naturalmente, una sorpresa de todos los que pensaron... “¿Y cómo?... ¿No quieren dejar nada. En forma de ley. En forma de estructura. Nada de lo que se había prometido en el Concilio Vaticano II?”.

 

Dos años después el actual Papa, que era el presidente de la congregación de la doctrina. O sea, el que debía controlar y vigilar la doctrina. El actual Papa que reúne y convoca a un Sínodo de los Obispos 20 años después del Concilio, para explicar mejor, diciendo que... “Se había malinterpretado el Concilio”. Y que había que dar una buena interpretación. Ahora, había que reunir un Sínodo. Un grupo menor de Obispos para reexaminar y darle una buena interpretación.

 

Pero la buena interpretación la daba él. Y naturalmente, entonces, ahí lo novedoso, las novedades del Concilio Vaticano II, fue interpretado como si no existiera. Desapareció... Desapareció. Por ejemplo, la expresión “Pueblo de Dios” que ustedes usan todos los días. ¿La usan ... todos los días...? “Pueblo de Dios” en Roma es una palabra prohibida. Desde 1985 nunca más en un documento de la Santa Sede apareció la palabra “Pueblo de Dios”. ¡Eso es Comunista! ¡Es una herejía! Así piensa el Papa actual.

 

Así que hay que defender la herencia que hemos recibido. ¿Quién va a defender el Concilio Vaticano II? Bueno, nosotros. Y habrá que gritar fuerte y habrá que manifestar. Y habrá que exigir, ¿Cómo? Todos los Obispos firmaron eso, ¿y ahora vienen a decir lo contrario? ¿Cómo puede ser eso? Hay que protestar. Entonces, y exigir que se celebre, que se diga lo que realmente el Concilio dijo.

 

Y que se diga bueno... “¡EL PUEBLO DE DIOS EXISTE! ¡SOMOS NOSOTROS! ¡EXISTE!” No venga a decir ahora que no existe eso. Existe. Queremos afirmar que queremos ser como un pueblo. O sea, un pueblo es hecho de personas libres. Pero no sencillamente obedientes. No sencillamente para obedecer sino para decidir juntos. Buscar juntos. Y en fin, dar las soluciones encontradas, juntos. Eso es lo que tendremos que hacer.

Yo creo que es bueno, conveniente, empezar hoy. Empezar hoy. Y decir... “No, hay que defender eso y exigir la aplicación. Exigir la aplicación”. El pueblo de Dios es hecho de personas dignas. Que no son esclavos. Que quieren ser tratados con dignidad. Quieren ser consultados. Quieren tener la oportunidad de decir lo que sienten. Lo que desean. Lo que entienden del evangelio. Las aspiraciones que nacen de la lectura del evangelio. Que tengamos la posibilidad, la oportunidad de que eso tenga consecuencias en la base de la Iglesia. Si nosotros no lo decimos, ahí habrá un silencio. Un silencio. Así no servirá de nada celebrar el aniversario del Concilio y decir que no se ha olvidado. Entonces nosotros tenemos que impedir ese olvido.

 

Hay que gritar con la comunidad, con las parroquias vecinas y los vecinos, con el decanato, con toda la ciudad, con toda la diócesis. Y entonces con eso vamos a celebrar mucho. Y vamos a celebrar bien todas las novedades que ahí se anuncian. Que ahí se prometen. Y a cobrar... Y a cobrar. Y entonces usted Señor Obispo, ¿qué va a hacer para aplicar eso. Para ahora dejar el silencio y aplicar lo que ahí se dice? Que el Pueblo de Dios es hecho de todos iguales. Que todos son radicalmente iguales. Pero tratados como tan desiguales. No. Ahora queremos ser tratados como fueron tratados los primeros discípulos de Jesús. Con derechos iguales. Derechos de participación en todo. Y formando verdaderas comunidades. Y no así, una clase superior y una clase inferior.

 

Era justamente lo que Jesús no quería. Y la última recomendación. En cierto modo la única recomendación que dejó a los apóstoles fue… “que nadie quiera ser el primero. Que sean todos hermanos iguales”. Y si alguien quiere ser el primero... Ah... este quiere ser el primero... Y después, no, no... Es la ley que dice así. No, es el Papa que lo dice. ¿Y por qué el Papa dice una cosa así, que está en contradicción tan clara con el evangelio?

 

Y entonces hay que reclamar y hay que protestar. En forma sencilla. Sin violencia. Sin revólver. Sin armas. Sin violencia. Pero con una palabra fuerte. Entonces pensando, pero nosotros también somos hermanos de Jesús. Y entonces también somos los herederos del Reino de Dios. Nosotros todos tenemos ese derecho de saber por qué se nos impone eso. ¿Por qué tenemos que observar esa cosa? Entonces, ¿Por qué?

 

Esa cuestión, por ejemplo, de los medios artificiales de contracepción nunca se desmintió. Nunca se dijo claramente que eso no vale. Que la Iglesia se equivocó. Que el Papa se equivocó y que eso no va. ¿Pero y cómo lo hicieron? Ah... el responsable del Consejo de la Familia un día mandó un documento a los Obispos diciendo... “Hay que recomendar a los sacerdotes que no hagan preguntas sobre cómo hacen para evitar hijos. No hagan preguntas”. Entonces si no hay que hacer preguntas, es decir, que ya no existe prohibición. ¿Y por qué no se dice claramente? Diciéndolo realmente, hay mucha gente que no sabe. Entonces, que vino eso, que eso se suprimió, la prohibición. Pero en una forma así tan hipócrita. ¿Y por qué no se dice claramente? Eso es lo que se debe decir. ¿Por qué las cosas se hacen de forma secreta y por qué no se dice claramente? Cuando hay una cosa así, diga claramente.

 

Pero se hace así para no reconocer que se equivocaron. ¿Por qué no? El Papa se equivoca. Como cualquier persona se equivoca. La diferencia es que cuando se equivoca, es más importante que cuando yo me equivoco. Ahí no tiene tanta repercusión. Si el Papa se equivoca pueden inferir que le dé más importancia a las recomendaciones que hace la gente. Organizar una deliberación. Una discusión. Una consulta así pública. No basta con consultar un grupito. ¿Por qué no se abre para todos los que piensan sobre eso? ¿Qué opinan sobre esto? Como se haría normalmente… Hay que tomar una decisión. Organizar algo. ¿Por qué no se organiza? Hoy día organizar una encuesta, una investigación con Internet. Con eso usted consulta al mundo entero. Entonces es muy fácil, es muy fácil.

 

Ah… en otros tiempos, claro que las cartas debían viajar en barco para llegar. Muchas veces el barco había sido destruido por los piratas. Y la carta no llegaba. Pero hoy día es mucho más fácil. Se puede muy bien organizar un referéndum. Por ejemplo, para saber que piensan los católicos, los miembros del Pueblo de Dios ¿que piensan de esta decisión?

 

Y por ejemplo, en la elección de los Obispos. En tiempos pasados hay signos de los Papas y de los santos Obispos que dicen... “Nunca se puede imponer a un pueblo un Obispo que no quiere. Nunca se puede”. Lo que es normal. Ni siquiera se piensa de la necesidad de decir una cosa tan clara y tan evidente. Bueno, entonces si hubiera 1 millón de Santiaguinos mandando un mensaje por Internet al Vaticano diciendo... “Nosotros queremos participar en la elección del Obispo”. Bueno, claro que perturbaría. Pero desde un comienzo. Entonces, perturbar. Y no dar la impresión de que uno es silencioso. Ya resignado previamente. No, hay que conquistar derechos. Hay que conquistar derechos. Eso estaba implícito en el Concilio y en los que lo presentaban como novedoso.

 

O sea, que los miembros del Pueblo de Dios tienen derecho. Y entonces tienen que luchar para conquistar esos derechos. No se dijo mucho. En los colegios católicos no sé si se les enseñan mucho. Y en muchas parroquias también dudo que los párrocos enseñen una cosa tan evidente. Y después dicen que están a favor de los derechos humanos. En el gobierno. En la nación. Pero en fin, si los derechos humanos valen para la nación, con mucho más razón debían valer para la Iglesia también. Y entonces, ¿Cómo? ¿Será que la Iglesia todavía no ha alcanzado ese nivel de reconocimiento de la dignidad humana?

 

Bueno, la oportunidad de no hacer declaración del Concilio puede servir justamente para aprender a hablar más alto. A decir... “No basta con preocuparse con nuestra comunidad. No, hay que pensar en el mundo. Hay que pensar en la totalidad. Y hay que visitar la comunidad que permanece aislada, que no tenga mucha fuerza. Pero asociados con otros, con otras y con otras.” Y entonces, pedir los derechos de los ciudadanos, del Pueblo de Dios, lo que está escrito. Habría que hacerlo durante toda la época que nos separa, hasta Octubre del 2012. Todavía hay casi dos años. Dos años para reflexionar sobre los aspectos básicos fundamentales. Los que proclaman derechos, los que proclaman cómo tiene que ser la Iglesia, cómo tiene que ser el Pueblo de Dios.

 

Y entonces, ahí ver si eso se celebra, en la parroquia, en el decanato, en la parroquia vecina, en la diócesis... ¡Eso se celebra no con una misa! No una misa. ¡Vamos a celebrar una misa para conmemorar! Bueno, esa misa ahí no sirve para nada. Entonces, no es misa, es una discusión. Es una reflexión. Es un estudio de conjunto. Y buscando conclusiones. Que vamos a hacer ahora para dar un paso. Que ese aniversario no quede nada más como una ceremonia. Así, una misa conmemorativa. Sino que el comienzo de una nueva etapa. Bien, eso tiene que comenzar con la gente pobre.

 

Porque claro, “usted ahora agradece cuando antes era Opus Dei”. Ellos son, naturalmente, los peores adversarios del Concilio Vaticano II. Pero radicales. Radical. No van a esperar algo de los Legionarios de Cristo. Esos son los adversarios, pero radicales de todo lo que hubo en el Concilio Vaticano II. Y pasó el tiempo, ¿y con quién podemos contar? Ah... con todas las comunidades pobres. Así que, justamente, sólo pueden subir si se aplica el Concilio. No van a perder a autoridades que tienden a ser prepotentes. Y a un mensaje de poder. Siempre. Siempre. Por eso siempre hay que rebajarlos. “No, no. Hasta aquí. No busquen más poder”.

 

Claro que en la civilización actual la finalidad de la gente es tener más plata. Y más, y más, y más. Una empresa siderúrgica fabrica zapatos, ¿qué quiere? Ganar más plata que el año pasado. ¿Y el próximo año? Ganar más. Más lucro, más lucro. Ganar más y siempre más. ¿Y cuál es el dinero a gastar? Ah... van a la bolsa de valores y ahí van a comprar títulos. Van a comprar acciones. Van a comprar obligaciones, papeles del Estado para poder ganar más, y más, y más. Esa es la norma, el que tiene poder busca más poder, y más poder, y más poder. Eso sucede así, si no hay reacción.

 

Si no hay reacción habría que aprender a gritar fuerte. A gritar fuerte. En otros tiempos se hacía más. Pero durante un tiempo mucha gente lo hacía tan poco. Así, desanimados. O sea, pensando que “no podemos nada”. Pero sí podemos. Si realmente millones de personas empiezan a protestar, a reclamar, a pedir sus derechos, algo va a pasar.

 

En el 2015, o sea, en 5 años más, un grupo grande, unas 120 asociaciones internacionales de laicos católicos van a organizar un congreso de laicos para ir a Roma y expresar lo que el mundo de los laicos espera ahora. Lo que queremos ahora. Los derechos que pertenecen a la condición de los hermanos de Jesús, los derechos que nos pertenecen para reivindicar esto.

 

Bueno, hay que prepararlo. Hay que prepararlo. Y preparar una oportunidad, que es la celebración de las libertades del Concilio Vaticano II. Es una oportunidad, porque dudo mucho que arriba tengan mucha inclinación para celebrar mucho aquel acontecimiento. Porque esto es bueno para los pobres. No es tan bueno para los que tienen poder. Entonces hay tendencias para defender el pasado. Defender la acción antigua. Pero justamente Jesús ha venido para cambiar este mundo. No para mantenerlo tal cual. Para cambiar este mundo, justamente en una humanidad hecha de hermanos. Iguales. Que se ayudan mutuamente, fraternalmente, pero sin que nadie quiera imponer a otros. Quiera dominar a otros. La única preocupación que Jesús tenía con respecto a sus discípulos es eso: “que nadie quiera dominar a otros”. Que nadie quiera imponer su voluntad. Sino que sean todos sean tratados como iguales.

 

Un solo, un solo mandamiento dejó Jesús. No dejó un gran código con muchos artículos. Si se observa eso, todo lo demás se soluciona. Si se observa eso, impedir que alguno imponga, si se hace eso todos los demás problemas se pueden solucionar. Ahora, si hay alguien que impone, crea muchos problemas. Crea muchos problemas. Bien. Gracias a Dios hubo Obispos, hubo un Papa que percibió. Ahí Pablo VI, que era inteligente, percibía. Pero no era campesino. Era hijo de la burguesía. Entonces ya no tenía la misma sensibilidad. Pero era inteligente y quería. Estaba de acuerdo. Sólo que no tenía coraje para oponerse a los retos.

 

Y después vino Juan Pablo II totalmente asustado por la crisis. Y que decide... ¡No, no, hay que volver al pasado. Hay que mantener el orden! Entonces, se acaba la época de los cambios. ¡Ahora no. Ahora hay que volver al orden tradicional! Bueno, con eso los del Concilio Vaticano II se quedaron así, un poco marginados. Marginados. Él tenía el culto al Opus Dei. Y eso fue fatal. Claro que había sido el candidato del Opus Dei. Que son gente poderosa. Gente poderosa. Entonces cuidado. Cuidado.

 

Un día ellos preguntaron a un gran teólogo alemán. En aquel tiempo, hace 50 años, ¿qué pensaba del libro de José María Escrivá de Balaguer? ¿Qué pensaba del libro “Camino”? Para ellos es el evangelio, es más que el evangelio. Es el libro más vendido y más impreso en todo el mundo. Así dice, no sé si es verdad totalmente, pero esa es la pretensión. ¿Y qué pensaba de ese libro? Y ahí él dijo... “ese libro es cristiano y original. En cuanto a lo cristiano, no es original. Y en cuanto a lo original no es cristiano”. Lo que añade es la impresión de una persona, así ingenua como yo, cuando dice... “eso no es cristiano”. O sea, el gran libro de su espiritualidad no es un libro cristiano. Y ahora, y ahora, y tanta gente que se deja manipular y se deja convencer. Entonces, cuidado. Cuidado con esos que son los grandes enemigos del Concilio Vaticano II. Están aquí. Están en la ciudad.

 

Bueno, en la otra ciudad. En el otro Santiago. Porque hay dos Santiagos. Está el Santiago de este lado y después está el Santiago del Oriente. Ese es otro. Entonces nosotros tenemos que levantar la voz. Y entonces protestar y exigir. ¡Ese Concilio fue inspiración del Espíritu Santo! El Papa que lo convocó y le dio la orientación fue un verdadero santo. Tan humilde. Tan sencillo. Así y vio claramente que esa manera de condenar... eso condena a la misma Iglesia. ¿Para qué condenar? No saben perdonar. No saben dialogar. No saben... y entonces… ¿Para qué condenar?

 

Ahí se aprendió a dialogar con los que se llamaban herejes antes. Los evangélicos. Y después son los comunistas. Y así con todo lo que existe en este mundo. Toda religión. ¿Por qué no? ¿Por qué condenar? Tanta gente que es de buena voluntad. Y que muchos valen más que nosotros. Y entonces, ¿por qué condenar? No. Se acaba la época de las condenaciones. Aunque las autoridades todavía no han entendido. Que no sirve para nada. Y no es cristiano eso de condenar. Nosotros vamos a pedir que no haya condenaciones.

 

Y edificar, tal como él lo decía, es una buena idea, propuesto el tema del Concilio Vaticano II. Entonces, habrá que provocar eso durante los dos años que vienen ahora, justamente porque otros van a querer el silencio. Y entonces, nosotros vamos a querer la palabra. Y que se diga… Y que se repita.... Y que se diga lo que es básico, lo que es fundamental. Lo que se dijo, que el Pueblo de Dios sí… No va haber silencios sobre el Pueblo de Dios como si no existiera. Como se hace desde ya, hace 25 años. No, nosotros queremos que se hable, que se diga. Y que se diga que este Pueblo existe. Que se reúne. Que quiere hablar. Que quiere vivir. Que quiere realizar cosas juntos. Que quiere trabajar por la transformación de esta sociedad en la que estamos. Bueno, vamos a concluir. Sí, sí. Vamos a concluir porque el tiempo ya… ustedes ya están cansados. Y después de un día entero, y todavía tener que aguantar esto. Cansa un poco, cansa un poco. (Risas). Bien, voy a dar la palabra… ahí. (Aplausos)

 

Participante: ¿Vale la pena entrar en conflictos con la jerarquía de la Iglesia cuando la realidad de la sociedad necesita otra cosa? El hombre de hoy necesita otro signo. Y la Iglesia, tal como está, no responde, no tiene sentido.

 

José Comblin: Cuando Jesús después del bautismo se fue a Galilea y se fue a visitar todos los pueblitos. Y ahí vio la inmensa miseria, la incapacidad, la pobreza, el desánimo. Podría haber pensado… “aquí no se puede hacer nada”. ¿Qué voy hacer yo si era un campesino, será que vale la pena empezar una cosa así que, es tan enorme. ¿Será que vale la pena sencillamente? ¿Será que vale la pena? Y después los apóstoles, que se fueron a otros países, en lo mismo. ¿Será que vale la pena? O sea, desánimo viendo cómo es inmensa la tarea. Pero si todo el mundo siente así, ahí no pasa nada.

 

Entonces Jesús se sintió solo. Y vino a pedir ayuda de algunos pobrecitos iguales a él. Algunos de los empleados de los propietarios de barcos, algunos que iban a trabajar en la tierra del latifundio. Cada día por la mañana esperando a ver si el latifundiario venía a buscar para trabajar o no. Ahí sí, podía pensar… “¿Qué voy a hacer yo?”. Pero empezó. Empezó. Y los apóstoles también. Y muchos otros también. Muchos otros también en toda la historia.

 

Y seguro que por aquí también hay gente que vio tanta miseria. Pero para llorar y nada más. No, ahora vamos a empezar. Pero esta Iglesia es tan fuerte. He ahí una gran catedral y grandes monumentos, y Obispos solemnes. Entonces, ¿qué voy a hacer yo? Ah…, pero también. También puedo. Y muchos, muchos dirán…”No, yo soy el discípulo de Jesús. Voy a seguir el camino. No voy a quedar atemorizado, con miedo, viendo toda la inmensidad de la tarea. No, no, voy a empezar aquí. Una cosita que puedo hacer ahora. Y después al día siguiente otra cosa.” Y así aumentando. Y después otro vendrá. Y un tercero vendrá también. Y un cuarto también. Y al final algo se hace.

 

Todo lo bueno que se ha hecho en la historia de la humanidad fue así. Comenzó con pobre gente que no tenía fuerza, que no tenía plata, que no tenía ejército, que no tenía nada. Pero que tenían una voluntad de fierro, y entonces, una decisión de actuar, a pesar de todas las apariencias. (Aplausos).

 

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Rosas Nº 2090 – D. Santiago - Chile

 

JESUS FUE AYER EN EL TEMPLO Y AHORA:”UN INDIGNADO”

LA TEOLOGÌA DE LA LIBERACIÒN NACIO ESCUCHANDO EL GRITO DEL OPRIMIDO

 

 

SI TU NO LE HACES “LIOS” A LOS ABUSADORES ¡¿ ENTONCES QUIÉN !?

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